He conseguido mirar el firmamento y observar una pequeña
estrella que se ha hecho inmensa a mis ojos.
Esa estrella es grande, luminosa…poderosa, bella como ninguna.
La he observado por largos siglos a través del tiempo, siempre
la he seguido. En algún lugar se formó, y he estado ahí. Así es que cada vez,
al mirar ese cielo escondido por las luces terrestres, el corazón me da
pataditas de aviso. Ahí está, observando todo, siempre atenta, siempre iluminada
por las demás constelaciones.
¿Cuándo nos hemos visto, desde cuándo estamos unidas? Las
inmemorias del universo no sienten al tiempo pasar, sino, morir, languidecer
bajo sus eternas letanías. Así, en esos espacios interminables, bajo el manto
senil de los astros, estuvimos en perfecta semejanza, perfecta sincronización
de verdades ocultas, escondidas del inclemente y cruel hombre que se ha estado
destruyendo desde que las moiras han existido.
Esos hombres, esas bestias que todo lo aniquilan, no siguen
respirando el viento norte de la fortuna, esos hombres, esas bestias que todo
lo aniquilan, ya no avanzan, sino, retroceden. Es la voluntad de los dioses, es
su voluntad el que su corazón sea dividido y todos muramos perdidos bajo las
inclemencias divinas del castigo final, el tártaro.
He oído decir que desde hace siglos se lanzan miles de impúdicos
hombres hacia ese pozo sin fondo, y que aún hoy, no pueden llegar al final. Aún
hoy, en lo más profano de la tierra, en tierras malditas, escupidas por los
dioses, yacen estos torturados, quienes no son olvidados por los dioses, pues
ellos tienen la filosa virtud de no olvidar, por ende, no perdonan.
Hace mucho, en la gran era, cuando la diosa de la justicia,
Themis, nos honraba con su presencia, fuimos bautizados en las calidas y
profundas aguas del Mnemosine, porque los olímpicos habían decretado “Olvido”
para que la muerte (Thánatos) no fuera tan latente y los dolores pasaran, para
luego sorprender nuevamente, como un ciclo. Como el ciclo terrorífico que nadie
quiere emprender.
Caminantes del espacio infinito,
parad un momento y dirigid tu atención a estos mortales que desangran sus
culpas en las culpas de otros. Nadie está libre, vos lo sabéis.
¿Es que no comprenden la urgencia del
clamor palpitante? ¿No piensan responder a nuestra súplica?
Somos simples criaturas que han
cometido el único pecado imperdonable que somos capaces de cometer: El haber
tenido la mala fortuna de nacer.
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