jueves, 27 de septiembre de 2012

Plegaria de una niña


Sola otra vez en el sillón vacío. Observando el ocaso infinito.
Disfrutando el sabor de la melancolía.
Sonriendo a las lágrimas que caen de un rostro seco.
Escuchando ahora esa música mortuoria que tanto le agrada.

Vuelve a mirarse, vuelve a recordar los días de colores negros de un tormento lejano.
Vuelve a recorrer esa habitación vacía a la que sucumbió como demente al saberla  perdida para siempre.
Una vez más los recuerdos vuelven y el grito ahogado resurge…
vivirá muerta en vida

Tanto fue su dolor, tan grande el cuchillo que desgarraba sus entrañas ¡no la volvería a ver jamás!
Sus súplicas cayeron en el vacío del silencio.
¡Vuelve! ¡Regresa! ¡Toma mi vida, yo no la quiero!
“Regresa por mi”…susurró agonizante.
Deseos negros como la hiel.

Plegarias infantiles escuchadas por nadie.
Pronto fue la culpable de todo. Pronto quedó vacía y rota para siempre.
Pronto la poca luz que le quedaba se apagó.
Su dulce cara, su dulce semblante de niña perdida murió.

No quedaba ya vestigio de lo que alguna vez fue.
Mi dulce niña perdida, mi dulce conciencia quebrada.
Me dijiste que me amabas, me dijiste tantas cosas.
Y día a día el puñal se fue enterrando cada vez más profundo en mi corazón.

Cada frase, cada sonrisa, cada expresión…cada recuerdo de tu existencia…
Sí, te necesitaba y necesito tanto…MADRE.
Y de pronto comprendimos, así de golpe, la soledad que manaba de ese espacio vacío.
Te buscó, te busqué, te buscamos bajo las sábanas gritando trastornadas tu partida.

Lo irrisorio de tu muerte, lo espantoso de la vida, lo sola que quedé…

Si me dejaste como castigo, merezco ya ser perdonada.
El castillo de dolor debe ser derrumbado, ya no aguanta la niña tu ausencia.
Por favor, por favor…por favor…te necesito.
Pierdo mi orgullo y mi valor cuando se trata de ti.

Creo que…creo que todavía deseo encontrarme contigo, el anhelo sigue ahí. Nunca se irá completamente. Recuerdo tan vívidamente como esa niña lloraba y moría por dentro a cada segundo, como rompía en sangre sus amarguras, como deseaba la muerte por primera vez.
Recuerdo también el crimen de su conciencia azorándola día a día sin descanso, y la recuerdo también a ella, pidiendo auxilio en silencio sin que hasta el día de hoy sea escuchada.