Y ese color
amarillo gastado que corre por las ventanas, avisa su llegada.
Ondea sus
melancolías en los atardeceres…
El cementerio
y sus muertos, las flores podridas
despidiendo su olor nauseabundo.
Esa atmósfera
de silencio y aprensión, caminas hacia el que crees te espera, tropiezas con
vidas silenciadas y expuestas en madera, loza, piedra…mausoleos…
Lo peor es que
fueron vidas, como la tuya, como la mía y ahora son nada.
Camino rápido
por ese camino santo y sacrílego temiendo mimetizar mi alma con el lugar,
deseando e imaginando nunca convertirme en uno de ellos…tan indestructible nos
creemos…solo el silencio nos espera con la muerte, solo el descanso se anidará
para siempre, solo el olvido nos volverá mortales y el recuerdo nos volverá a la vida.
Sigo
observando a paso raudo el lugar y me estremezco al ver imágenes conocidas,
vidas conocidas y después…nada, nada, nada.
Somos polvo,
reflejo de mil años sobreviviendo, mil años que se convierten en siglos de
odio, sufrimiento, poder, codicia…y después NADA.
El atardecer
me muestra la peor cara de este lugar, su desesperanza. El vacío te llena y
esclaviza, te sientes tan diminuto y corriente. Te sobrecoge pisar las piedras,
quebrar las hojas y mirar el mortuorio paisaje.
Tengo
conciencia de la vida mortal de estos lugares, sé muy bien que puedo huir a la
parte más apartada del mundo y siempre volveré a este sitio, no importa lo que
haga y cómo lo adorne, los sueños que tenga, la vida que elija, las penas y
alegrías, los escollos que salte…yo sé que el tiempo y la suerte han sido
echados, sé que desde el momento de nacer las horas juegan en mi contra y
volveré juntos con otros al lugar del que vine; porque polvo eres y a polvo
volverás…