Del fuego padecimos las
desdichas. Desde ése mismo corazón de fuego que tantas veces vimos renacer. El
resplandor se hizo más fecundo cuando te fuiste apagando. La vida volvió la
espalda.
En un instante lejano, ése
que todavía no llega siento en mis entrañas las amalgamas del abandono.
Y cuando el sol dé su último
respiro, de ésos que da cuando cada noche muere en brazos de aquella pálida
luna, nadie de los que estamos presentes vivirá para contarlo.
Supongo que morirá en el
secreto, supongo…