viernes, 19 de agosto de 2011

El día que morí y volví para vivir

Debe ser que morí en aquella hermosa tarde de matices violetas de ese otoño del 99. Las cosas desde esa fecha en adelante no fueron fáciles. Los ciclos se desvirtuaron y resultaron demasiado inverosímiles para ser llevados con la más mínima protesta.
Luego de mi silenciosa muerte, la gente de los alrededores siguió con sus monótonas vidas.
Las estaciones siguieron su curso, lo mismo que los días y las horas. Es decir, no pasó nada más allá de una solitaria lágrima y un suspiro esporádico.

Es en esas fechas, cuando mi identidad fue borrada por el paso del implacable verdugo llamado tiempo, y se me ocurrió divagar por allí…quizá comenzar a visitar viejas y conocidas caras.
Una amiga lejana, un tío desconocido, una madre olvidada o tal vez un hermano demasiado adusto.
Ese día, ya no recuerdo cuál, salí de mi pequeña y mohosa morada para dirigirme hacia lo que creía, sería una visita que no se prolongaría mucho. Mientras me incorporaba, sentía mis pensamientos demudar constantemente, y con ellos también mi ánimo. El sueño al que me había sometido en forma casi voluntaria no tenía mucho sentido ahora que lo pensaba, dejar todo de la noche a la mañana y así como así…no era propio de alguien que se dice amadora de la vida y protectora de los suyos.
Pero, como siempre, aquellos pensamientos cambiaron a otros “Lo hice por cansancio” me dije, como si eso compensara lo perdido. Giré y miré esa vieja placa con sencillas palabra “A mi querida hija, de tu madre y hermano” y nuevamente me detuve en la importancia de lo que unas escuetas y sencillas palabras pueden significar para unos cuantos, “lo significan todo”, pensé.

No sé por qué, quizá por todo el tiempo que estuve dormida, pero los sentimientos seguían pujando dentro de mí tan fuerte que no me dejaban aprender a respirar nuevamente. Algo muy poderoso se agitaba dentro mío, como un vendaval o más que eso, no sé ni siquiera cómo explicarlo.
Salí por fin de mi reconfortable, protectora y silenciosa morada y traté de caminar unos pasos, fue difícil, pero me pude controlar…el volver a sentir todo aquello (el aire en mi cuerpo, en mis pulmones. El frío calar en mis huesos) me hizo sonreír y a la vez entristecer.
Mis ojos se llenaron de lágrimas y agitaciones de un corazón muerto aprendiendo a vivir…pero no sabía lo que añoraba, no sabía por qué me había decidido despertar justo ahora y para qué.
Nunca supe donde estaba, hasta que salí de mi pequeña cuidad, en la que junto conmigo, se enterró toda clase de vivencias y sueños…extrañaría ese lugar, pero puede que volviera mucho antes de lo que imaginaba, o puede que simplemente esto fuera el principio del fin, como tantas otras veces en muchas otras vidas…

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